lunes, 26 de agosto de 2013

Premonición

De pronto, un día, despertaré con ganas de no saber más de ti. Quizá, quien sabe, en brazos de alguien mejor. De pronto, un día, ya no habrá dolor, ni recuerdos que hieran, las palabras no dispararán y la mente será cobijo. Quizá, quien sabe, con mentiras más piadosas que las tuyas. Querré reír sin miedo a llorar, aprenderé a querer sin temor de olvidar. No pensaré en traición, en muerte, en costumbre.

Un día, lo sé, yo habré olvidado lo que me hizo mal y tendré una historia sin guión. Aunque no te siente bien, yo un día ya no volveré. De pronto, esa noche, no habrán más promesas de amor eterno, ni brazos obligados a ser compañía, ni besos para pasar el rato. Ese día, que puede ser mañana o en quinientas lunas, mi vida no necesitará más de la tuya, mi calma no buscara tu mesura, mis mañanas no pensarán en tus sueños. No habrá culpa, ni llanto, ni espera. No nadaré en agua sucia. No intentaré revivir a quien mató. Yo despertaré sabiendo lo que dí, sabiendo lo que fui, y no estaré, como hoy, segura de que volverás.

Y, entonces, la noche tendrá estrellas, cantaré sin vergüenza y el gris se habrá marchado. Y, entonces, solo entonces, yo sabré que te he olvidado. Y, entonces, sólo entonces, tú sabrás que me has perdido.

martes, 13 de agosto de 2013

Volvió

Cuando la nostalgia se dirigió a ti, la falta de palabras me hizo entenderlo. Aunque actué en contra de mis anhelos, nuestro libro perdió su valor. Y cuando el tiempo me devolvió la complicidad, supe que se había ido. Yo no le dije que se fuera, pero quizá notó que para él ya no había espacio. Y entonces el cuadro tomó color. Y entonces dejé de escribir de ti (por ti y para ti).

Con la melancolía que invade sin permisos, fui consciente de lo que empezaba a ser. El cielo no brilló o tal vez no lo noté. No me empeñé en que así sea, fueron los días los que me obligaron. Y cuando quise pensarte, mi mente me dijo que él ya no estaba: el amor se había ido.

Seiscientas noventa y nueve lunas me lo hicieron creer. Tus abrazos ya no faltaban. Ni tu voz, ni tu risa, ni tus manos. Las sonrisas eran lugares comunes pero aún sin tu mirada como motivo. Seiscientas noventa y nueve noches me cobijaron sin que tu presencia sea necesaria, y noté cómo todo cobraba sentido: volvía a ser yo, sin que fueras necesidad, sin que fueras ley.

Con menos resignación que olvido, dejé de extrañarte, a ti y a tus palabras. Con más costumbre que dolor, lo asumí. La costumbre no tardó en llegar y ni una sola vez quise volver. Pero, como toda verdad, hubo mentira. Los días sin ti me jugaron una mala pasada y tocó verte otra vez. No como quien mira un atardecer, sino como quien ve al sol esconderse.

Y entonces la nostalgia regresó, y entonces te empecé a querer. Sin culpas, sin obligaciones, pero también sin ganas. Y cuando tu risa tocó mi silencio y mi calma, supe que nunca se había ido, que siempre estuvo ahí, detrás de mi sonrisa o guardado en un cajón. Se había escondido, el incendio había sido controlado, pero nadie se dio la molestia de apagarlo. Supe también que aunque ya no hay espacio para reconstruir la ciudad perdida, no habrá día en el que no quiera que vuelvas a ser.

No quiero que se vaya, no quiero perderte otra vez, pero tampoco quiero esperar ni pensar. Solo quiero tenerte y que las lunas dejen de ser sin ti y empiecen a ser contigo, sin que exista un punto final; sin tener que sentir miedo al estar siempre tan segura, como hoy, de que si me llamas, voy.