miércoles, 30 de julio de 2014

Culpas

Me das la mano y yo sonrío. Estoy segura, protegida. Me miras como nadie más me mira y yo te quiero. No te miento. Te quiero y te creo.
Me hablas y yo te escucho. Siempre te escucho. Me pierdo en ti. Me río contigo. Me siento bien. Me haces bien.
Me río y no quiero que te vayas. Quiero tu mano en la mía otra vez. Quiero tus ojos reflejando mi mirada. Quiero quererte, creerte, escucharte, perderme, sonreír, pero siempre contigo aquí. Segura. Protegida. 

Es como un sueño. Tan sueño que, al despertar, cuando te vas, queda poco en mi mente. Tan poco que no hace falta olvidar. Porque no recuerdo. Porque desapareces y desaparecen tus manos frías, tus ojos brillantes, tus palabras que no duelen. Y no te extraño, ni te quiero, ni te creo. Te vas tú y se va todo. Y se quedan pensamientos que sí hieren, que carcomen, que me convierten en la mala de la historia, que buscan culpables y al no encontrarte me señalan a mí. A mí, que soy débil. Entonces les creo y me veo injusta, contradictoria, porque te quería y ya no más. Pero cuando vuelvas, esas ideas, que son como puñales, descansarán y yo volveré a soñar. Si estás tú, vuelvo a soñar, y vuelvo a quererte, a escucharte, a creerte, pero luego te vas y el círculo empieza otra vez. Y todo lo bonito se irá contigo nuevamente y sólo quedarán culpas que buscan en mí un dueño, un lugar para sentirse cómodas, para entender que esto pasa porque yo lo permito, porque no lo evito. 

Y tú, como hoy, no estarás. Y la mala soy yo, porque no correspondo y porque tu ausencia no me lo permite. 
Y siento que debo dejar que esas culpas sean libres y eso implica que no te vayas, y para que no te vayas no debes estar, no debes volver. Aunque no hayan manos, ni miradas, ni sonrisas. Aunque queme, aunque torture, aunque duela.