sábado, 22 de septiembre de 2012

Carta al "superhéroe" que fue


Cuando él se fue yo era muy pequeña. A los 4 años no entendía mucho de la vida, solo que me obligaba a entender sobre la muerte. Cuando él se fue, se marchó con una parte de mí, se fue dejando un espacio vacío. Él no me habia dado la vida, pero me había enseñado a vivirla. Era mi protección y pensé que ya no la tendría; nadie ocuparía su lugar, yo lo supe siempre, pero tú lograste hacerme creer que podrías regalarme un poquito de esa seguridad.
Yo crecí  y entendí que no estaba sola, que en el mundo me rodeaban personas muy buenas. Crecí con el mismo vacío que dejó, pero te ganaste un lugar muy cerca al que él tenía. Me regalaste confianza y risas y me diste un poco más de lo que merecí. Tus errores me enseñaron a ser fuerte y aprendí que no solo se trata de recibir sino de dar para tener, la vida es un ganar ganar y todos tus tropiezos los convertí en lecciones.
Estuviste a mi lado desde que tengo uso de razón, hasta pensé que una imagen paterna no la da quien crea sino quien cría. Para mis amigos no eras el hermano de mi mamá sino "mi supertío", ese personaje divertido y atrevido en mi historia que me hacía reír con chistes tontos o cosquillas inevitables. Las reuniones familiares eran aburridas hasta que llegabas. Y a mí me encantaba desde escuchar tus historias hasta pasar por tu cuarto y oír las cuerdas de tu guitarra. Era una niña que jugaba a ser grande -pero niña al fin y al cabo- y la gente normal me lo hacía ver, pero tú no. Tú me hacías creer que hablar conmigo no era hablar con alguien que no sabe nada de la vida, yo sentía que a ti, tanto como a mí, te gustaba pasar el rato comigo. Ya sabes, cuando uno no es grande solo basta con que "le sigan la corriente" y a veces los adultos creen que no se nota, pero yo sí lo sentía y dolía un poco porque hablar con alguien por compromiso no es hablar, es aparentar y tú, por así decirlo, eras diferente. Eras mi tío, mi amigo grande, mi tío genial, mi tío favorito, junto a él, que me cuida desde arriba, claro. Pero existe lo que son las apariencias y existe también aquellos que aparentan bien. Lo que son las cosas, ¿no? No eras distinto, eras igual, pero mejor. Me seguías la corriente, también, pero sabías hacerme creer que no, a diferencia de todos.

La vida me ha enseñado mucho. He vivido momentos fuertes que me han enseñado a ser mejor persona, momentos que marcaron mi historia, momentos que no quise que supieras para que pensaras que nada me afecta, que soy fuerte, que a pesar de todo siempre puedo tener una sonrisa en el rostro. Y en parte no es mentira, esas ganas de seguir siempre adelante me acompañan día a día, esas ganas de llevar la procesión por dentro aún me definen porque nadie tiene por qué contagiarse de mis ratos amargos. Pero no noté lo que era obvio, para ti era una persona a la que nada le afectaba "porque se creía superior". Para ti mi sonrisa no era una virtud, sino un defecto. Para ti era una sonrisa retadora de esas que pone la gente cuando siente que ha ganado suciamente una batalla. Para ti era una "pituquita" que se creía más de lo que era. La piconería y las ganas de tener siempre la razón son herencia tuya. Me gusta debatir tanto como a ti, pero lo que nos diferencia es que yo sí aprendí a admitir mis errores, yo sí sé perder, porque en los veinte años que he vivido me ha tocado cruzarme con gente muy mala, gente que ha disfrutado hacerme llorar, gente a la que le gustaba ganar solo por verme perder. No me creo perfecta, tío, y cada vez que entre bromas lo insinuabas era como una punzada. ¿De verdad lo pensabas? Un error más a tu lista, lamento informarte, tengo muchos defectos que intento mejorar y si hubieras visto más allá de lo que te gusta ver lo hubieras notado.
Ya no soy la niña a la que le puedes seguir la corriente para que se ría o para que se calle, ya no puedes contarme historias y pensar que te creeré ciegamente. Te aprovechaste de la confianza y el cariño que te tenía. No soy "malcriada" como mal me llamaste. He recibido una crianza y una educación de la que me siento orgullosa, y eres parte de ella. He aprendido de los aciertos y los tropiezos, he aprendio de la gente que me acompañó y la que me dio la espalda. Me he criado en una familia que me ha dado más de lo que esperé  y si consideras que soy una persona mal criada, entonces empieza a preocuparte un poco más por ti, pues tienes parte de la culpa. No soy malcriada, es solo que el respeto que te ganaste, con el tiempo tú mismo lo perdiste.
Todo se acaba y aunque pensé que esas ganas de obviar tus desaciertos se quedarían, se terminaron. Ya no soy esa niña que te cree solo porque te quiere, ya no, ya tengo argumentos y esas historias que a ti tanto te gusta contar, a mí me gusta contarlas ahora. No soy malcriada, pero aprendí a defenderme, a hacerme valer, a responder cuando algo no me parece y a irme cuando algo me hace mal. Tus cosquillas hicieron que las de los otros sean nada y hasta las tuyas perdieron su efecto con el tiempo, así como tus palabras, esas que antes me hacían reír, ahora duelen, duelen mucho y esa sonrisa que intento mantener siempre a veces se convierten en lágimas, lágrimas de decepción, de esas que aparecen cuando alguien te lastima, alguien que, creíste, debía defenderte; alguien que, se suponía, era la seguridad, la protección que antes, mientras pudo, fue él. La admiración y el cariño que algún día nacieron, seguirán, porque me diste momentos bonitos que guardo en mi cajita de recuerdos, momentos que sé valorar. Pero todo se gasta y si algo he aprendido de los golpes que te da la vida es que no puedes exigir algo que no das y ese respeto que de tu parte dejó de existir, se quedó con las ganas de quedarme callada cuando siento que algo va mal. Hay un dicho que me enseñaron desde pequeña: "Respeta a tus mayores", y logré entenderlo muy bien, pero entiendo también que ser mayor no es solo haber vivido más años sino haber crecido mentalmente y demostrarlo con actos. No solo hay que ser, también hay que parecer.
Hace un tiempo me hiciste más daño del que creí que podías y aunque jamás me pediste perdón, decidí perdonarte no solo que borraras la imagen que tenía de ti, sino las heridas que causaste en los que más quiero, pero las cricatrices quedan y es como cualquier cosa que se malogra: puede durar un tiempito más, pero si no lo reparas, con el tiempo termina siendo inútil y deja de servir. Te deseo lo mejor y espero que, cuando los tiempos de guerra cesen, se nos dé la oportunidad de hablar.
Ha llegado la hora de decirle a adiós a mi superhéroe, espero que la vida me tenga guardado uno para un futuro no muy lejano. Discúlpame si fui una decepción más para ti. Por ahora gracias por todo y buena suerte. Te quiero.