jueves, 7 de mayo de 2015

Confesiones post despedida

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. La pasé bien, pero mi mente te hizo el favor de hacerme creer que eras mejor. Vi en ti lo que quise ver. Y me costó caro, pero la vida me perdonó la deuda, y se llevó las lagrimas (si es que quedaba alguna). Ya te lloré suficiente, te di todo y ya no hay más por dar. No hay ni ganas. Y no se siente tan mal, después de todo. Es como leer un libro triste unas cuatro veces. Las dos primeras puede causar tristeza; la tercera, nostalgia; la última, nada, porque ya sabes lo que pasará. Ya sabes el final. 

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. Te creí hasta las mentiras más tontas, aguanté tus silencios absurdos y tus ganas de sentirte muy hombre por tener a más de una al lado. Pero, ¿sabes?, en realidad no son más que compañía, ninguna es lealtad. Y yo quise serlo, en serio, pero te faltó valor para arriesgar, para querer y para aceptar que puedes hacer feliz a alguien. A una sola. 

He decidido no quererte más, aunque deba lidiar con tu mirada a diario. Aunque de vez en cuando los recuerdos me traicionen, aunque tu indiferencia duela, aunque la soledad quiera hacerme creer que aún hay un beso y dos abrazos guardados, en algún rincón, para ti. Pero en realidad ya no hay nada, te lo juro. Ni resentimientos. 

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. Pero, aunque duela aceptarlo, tampoco estuvo tan malo. Quise y perdoné, salté y caí, pero también aprendí. Y algo que se transforma en lección no merece ser llamado error.