martes, 7 de marzo de 2017

Es fácil

Se me hace fácil dejar de quererte. Me basta con esquivarte. Con distraerme. Con mantenerme ocupada. Si, de pronto, me cruzo contigo, volteo la mirada. Sigo caminando y te olvido. Quedas atrás. Como debe ser. Siempre atrás, en el pasado, en el lugar donde están las cosas que no puedo cambiar pero sí evitar. Se me hace fácil no quererte. Solo necesito recordar las veces que me olvidaste. Las promesas que no cumpliste. Las heridas de tus tantas despedidas. La inestabilidad de tus tantos regresos. Te olvido y sigo. Te pienso, pero no te quiero más. Ni te extraño, ni te necesito. Sin ti me siento bien. Me siento mejor. Y me sorprende entender que ha pasado. Lo que nunca creí que pasaría ha pasado. Que ya no dueles, que ya no faltas. Si no estás, no me complicas.

Pero tan fácil como dejar de quererte es quererte nuevamente. Me basta con mirarte otra vez. 

miércoles, 1 de febrero de 2017

Volverás

Nunca va a ser suficiente. Ni los te quiero, ni los besos, ni los abrazos. Nunca voy a ser suficiente para ti. No interesa cuánto te quiera ni todo lo que esté dispuesta a dejar por ti. De todas formas te irás con ella. Si es más costumbre que amor solo lo sabes tú. Pero igual volverás. A ambas. Porque tu cobardía no te deja arriesgarte. Porque tu egoísmo no te da el permiso suficiente para dejarme ir. Porque te crees mi dueño. Porque te lo permito. Porque estoy dispuesta a recibirte siempre una vez más. Porque te quiero, aunque no te crea. Porque me haces bien por momentos. Porque me conformo con poco. Porque me conformo contigo. Aunque seas nada. 

martes, 24 de enero de 2017

Por última vez

Te dije adiós y te lo he dicho para siempre. Aunque no me creas. Aunque pienses que mis lágrimas fueron para adornar el momento. Aunque creas que, si me lo pides, yo volveré. Aunque intentes convencerte de que siempre es una penúltima vez.

Te he dicho adiós y te lo he dicho para siempre. Si quieres creerme o no, es tu problema. Yo lloré porque sentí la despedida, porque sabía que nunca más volvería a tocarte así, porque supe que, en ese último beso, se fueron todas mis ganas de arriesgarlo todo por ti. 

Te dije adiós y no me creíste, ahora lo entiendo. Pensaste que era, como siempre, una vez más. No sentiste mi mano diciéndote hasta nunca, sino hasta luego. Imaginaste que, si tú quieres, nos volveremos a encontrar. Y no es así. Porque tu camino no va ya junto al mío. Porque tus ganas de retenerme no son más fuertes que mis ganas de estar bien. Porque en tu guerra yo ya no puedo pelear. Porque en tu guerra yo nunca tuve lugar. Porque no puedo ganar. Porque aunque intentes, yo no te pertenezco. Porque aunque tú sí quieras, yo ya no quiero.

jueves, 7 de mayo de 2015

Confesiones post despedida

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. La pasé bien, pero mi mente te hizo el favor de hacerme creer que eras mejor. Vi en ti lo que quise ver. Y me costó caro, pero la vida me perdonó la deuda, y se llevó las lagrimas (si es que quedaba alguna). Ya te lloré suficiente, te di todo y ya no hay más por dar. No hay ni ganas. Y no se siente tan mal, después de todo. Es como leer un libro triste unas cuatro veces. Las dos primeras puede causar tristeza; la tercera, nostalgia; la última, nada, porque ya sabes lo que pasará. Ya sabes el final. 

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. Te creí hasta las mentiras más tontas, aguanté tus silencios absurdos y tus ganas de sentirte muy hombre por tener a más de una al lado. Pero, ¿sabes?, en realidad no son más que compañía, ninguna es lealtad. Y yo quise serlo, en serio, pero te faltó valor para arriesgar, para querer y para aceptar que puedes hacer feliz a alguien. A una sola. 

He decidido no quererte más, aunque deba lidiar con tu mirada a diario. Aunque de vez en cuando los recuerdos me traicionen, aunque tu indiferencia duela, aunque la soledad quiera hacerme creer que aún hay un beso y dos abrazos guardados, en algún rincón, para ti. Pero en realidad ya no hay nada, te lo juro. Ni resentimientos. 

Pensándolo bien, no estuvo tan bueno. Pero, aunque duela aceptarlo, tampoco estuvo tan malo. Quise y perdoné, salté y caí, pero también aprendí. Y algo que se transforma en lección no merece ser llamado error. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Carta al cielo 2: aunque no te pueda ver

El sonido del teléfono siempre me ha dado miedo. Sobre todo cuando coincide con ese color de cielo que te indica que aún no es de día, que no es un buen momento para llamar a alguien a preguntarle cómo está. Ya estaba amaneciendo y el cielo tenía ese color, pero yo no lo hubiera sabido si el teléfono no hubiera sonado. Y sonó. Y mis ojos, como si un segundo antes no hubiera estado dormida, se abrieron de inmediato. Entonces no sentí miedo. Sentí  terror. 

"Ay, no", escuché. Era mi hermana. Seguro le había pasado lo mismo que a mí. El teléfono ya no timbraba. Mi mamá había contestado. Pero el terror era cada vez más grande. Yo ya estaba al lado de Michelle. Ella lloraba. Yo no. Yo solo la abrazaba. "Piensa que es mejor", dije, no sé si para convencerla a ella o a mí. Mi mamá también lloraba. Ya no hablaba. Aunque no oí ninguna palabra, sabia que ya había colgado. Ahora solo escuchaba el sonido de la ducha. Eran las 5 de la mañana del 15 de agosto. Viernes. Hacía frío. Y habías muerto. 

Al menos eso es lo que pensé. Pensamos. No supimos que seguías vivo hasta 30 minutos después, que mi mamá nos habló desde tu casa, a tu lado. "Está en las últimas", nos dijo. Debimos ir. Michelle y yo. Pero no lo hicimos. Quisimos, claro que sí, pero mi mamá tenía razón: teníamos que trabajar. No era la primera vez que te ponías tan mal. Tal vez no seria la última. Lo fue.



Estaba desgrabando una entrevista a Raúl Ruidiaz. Un día antes había estado en el Monumental. Hablé con él, con Rainer Torres y hasta con Héctor Chumpitaz. Un grande. Ese día recogí la telita de Universitario con la que te fuiste a descansar hasta ahora. Te conté todo esa misma noche. Poco antes de que me despidiera, poco antes de que tus ojitos se abrieran y me miraran tan fijamente (como no lo hacían ya varias semanas atrás), poco antes de que te viera por ultima vez. 

La voz de la 'Pulga' sonaba en los audífonos, cuando llegó ese maldito mensaje. El teléfono no sonó, pero el terror de apoderó de mí. Las lágrimas también. Ahora sí, de verdad, te había perdido para siempre. "Se me fue", dije en voz alta. Mi abuelito, sus chistes, sus geniogramas, sus mentitas y su maracuyá. Tus ojos, tus abrazos, tus piernecitas débiles, tu voz... Todo, todo lo había perdido para siempre. Te había perdido para siempre. 


A veces siento que ha pasado una eternidad desde la última vez que te di un beso en la frente. Otras que hace sólo unos días halagabas mis masajes. No sé cómo medir el tiempo. No sé si es mucho o poco. Pero hoy ya son siete meses sin ti, y te extraño como nunca creí que podría extrañar. No quiero olvidarte. Aunque igual estás. En cada canción criolla, estás. En cada crucigrama que no puedo terminar, estás. En cada enciclopedia que compraste para nosotras, estás. En cada partido de la 'U', estás. En cada programa de Combate, estás. En todo lo que hacíamos juntos, estás. Aunque no te pueda ver, estás. Y yo también estoy. Incompleta, pero estoy. Esperando siempre, a cada segundo, el momento en que nos volvamos a ver. Te prometo que, entonces, no te volveré a perder.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

En el fútbol y en la vida

No me has fallado. Eso lo sabes tú y lo sé yo. Me fallarás el día que dejes de causarme alegrías, el día en el que ya no tenga voz, cuando te rindas y hagas que me canse, cuando sienta que no vale la pena, que ya no me haces bien.
Hoy no. Hoy no me has fallado, porque me has hecho cantar, me has hecho sufrir, me has hecho sentir. Y de eso se trata. Siempre lo tuve claro. Yo te soy fiel y tú a cambio me haces sentir viva, con ganas de más. Jamás me ofreciste estar siempre bien. Tú sólo me ofreciste aprender, saber que no soy más que nadie, estar segura de que todo cuesta, que nada es fácil, que hay que intentar, luchar, sufrir para luego festejar. 
Hoy no se pudo. Pero no te refuto nada. Porque me has hecho tanto bien que reclamarte sería atentar contra todo lo bueno que me has dado. Y no lo haría. Menos por errores tontos como los de esta noche. Son cosas que pasan. Hay que perder para saber lo bueno que es ganar. Hay que caer para aprender a levantarse. 
Me duele, no puedo mentirte. Me duele pero no me tumba, no me mata. Me da más ganas de quererte, de estar a tu lado, de seguirte cuando otros te dejan. ¿Cómo lo hacen? Es algo que no entiendo. Y eso abre la herida. Porque en las buenas es imposible no quererte, pero en las malas se demuestra lo de verdad. Porque este amor no entiende de lógicas, números, puntos o resultados. Este amor va más allá. Porque incluso cuando no puedo estar, estoy. Es dar todo sin esperar nada a cambio. Sabiendo que sea cual sea el marcador, habrá una voz alentándote. Sabiendo que siempre habrá un partido más (en el fútbol y en la vida). 
Lo nuestro es tan sincero que no exige facturas de momento, porque se sabe que la cuenta ya está saldada y que las  alegrías causadas nos dejan deudas pendientes. 
No me has fallado. Me fallarás cuando el futuro, y las derrotas, pesen más que la historia. Cuando sienta que no puedes, ni podrás, devolverme el cariño que te doy. Tú me enseñas a sentir, a aprender, a vivir, y eso, ganes o pierdas, nunca va a cambiar. 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Mal necesario

Él prefiere quererme cuando estoy lejos, cuando lo único que tiene de mí está en su mente. 
Prefiere quererme a la distancia, sin abrazos, sonrisas o palabras que aten. 
Él prefiere la confianza sin compromisos, no le gustan las promesas ni los reclamos.
Él prefiere quererme libremente, a su manera, y digo libremente queriendo decir libre de mí. 
A él no le gusta que yo quiera que me quiera. 
Me quiere porque le nace, porque no sabe no quererme. 
A él le gusta dar(me) la contra, y aparecer cuando no lo quiero querer, y obligarme (sin compromisos) a hacerlo. 
Me obliga sin promesas ni reclamos. Me obliga porque sabe que lo voy a querer. Me obliga porque sabe que yo tampoco no sé no quererlo. 

Pero yo prefiero quererlo cerca, cuando lo que tengo de él es él. 
Prefiero quererlo a mi lado, con abrazos, sonrisas y palabras (que no aten).
Yo prefiero la confianza con lealtad, con ganas, con motivos. 
Él prefiere quererme cuando nadie más lo quiere. Yo prefiero quererlo cuando es mi mejor opción. 
Me gusta compararlo, me gusta que no sea el mejor, me gusta saberlo y, aun así, preferirlo. 
Él no me prefiere. Él sólo sabe que me quiere sin mañana.
Yo lo quiero siempre. 
Somos incompatibles, pero nos queremos. Somos incompatibles por la manera en que lo hacemos. Somos males necesarios. Somos incompatiblemente eternos.