Caminaba, como quien busca un juguete perdido.
Observaba, como quien planea encontrar algo más allá de lo visible.
Caminaba, porque ya no sabía cómo perder el tiempo, cómo dejar pasar los minutos, cómo disimularle a mi vida tu ausencia.
Observaba, porque muy dentro aún tenia
la vaga esperanza de encontrarte, riendo o quien sabe,
buscándome.
Ya se hacia tarde, tarde por todo y poco a poco comprendía, pero no importaba.
Esas señales que te da el destino, son irrefutables, ya lo sé.
Se hacía tarde, pero en ese momento era lo de menos.
Caminaba y sonreía, para que quizás, cuando me encuentres no notaras el acerbo sabor de derrota que dejaste en mí.
Caminaba y miraba fijamente al vacío, al vacío, sí, pero de manera firme, para que no advirtieras la vacilación o el recelo en mi mirada. Para que ni siquiera sospecharas que no encontraba mi lugar y que poco a poco perdía en aquel juego.
La última vez que lo perdí estaba ahí, justo ahí, con esa perfección suya tan propia, con esa sutileza que no podía ocultar. La última vez que lo perdí, lo recuperé bajo la sombra de aquel árbol. – me dije a mí misma
Pero él no estaba donde creí encontrarlo, una vez más el destino se encargó de jugar con mi ingenuidad.
Seguí dando pasos, ya sin pensar. Y de pronto cierta brisa recorrió mi rostro, subí la mirada y noté el cielo lluvioso.
Sería mejor que regresara a casa, no tenía sentido caminar mojada por toda la acera, buscando a alguien que ya había encontrado otro mejor lugar. Un mejor lugar no junto a mí.
Pasé nuevamente por aquel árbol, y ahí estaba.
Fue la lluvia, aquella tarde, mi máxima cómplice. Fue la lluvia quien permitió disimular aquel mar de llanto que inundaba mis mejillas. No por haberlo encontrado, sino porque al fin sabía que no lo recuperaría jamás.
Ahí estaba, bajo la sombra de aquel árbol, donde alguna vez osamos rozar nuestros labios, ahí estaba, besándola.
“
No se quién es, pero a decir verdad, tampoco quiero saberlo.” – pensé con cierta animadversión causada por el vencimiento.
Aquella
vaga esperanza, entonces tuvo respuesta, tuvo un sentido, no el esperado, pero lo tuvo.
Él reía, él ya era feliz, sin mi.
“
Y pensar que fui yo la que lo pudo enamorar” - me dije una vez más.
Contin
ué con aquel paseo, regresando por donde vine, el crepúsculo ya aparecía como indicando el final del día, o quién sabe de algo más.
Caminaba, ya segura de lo pasado, sin saber qué haría después, deseando, muy en el fondo, que quizás sea ella la indicada.
No importaba lo que viniera.