sábado, 14 de marzo de 2015

Carta al cielo 2: aunque no te pueda ver

El sonido del teléfono siempre me ha dado miedo. Sobre todo cuando coincide con ese color de cielo que te indica que aún no es de día, que no es un buen momento para llamar a alguien a preguntarle cómo está. Ya estaba amaneciendo y el cielo tenía ese color, pero yo no lo hubiera sabido si el teléfono no hubiera sonado. Y sonó. Y mis ojos, como si un segundo antes no hubiera estado dormida, se abrieron de inmediato. Entonces no sentí miedo. Sentí  terror. 

"Ay, no", escuché. Era mi hermana. Seguro le había pasado lo mismo que a mí. El teléfono ya no timbraba. Mi mamá había contestado. Pero el terror era cada vez más grande. Yo ya estaba al lado de Michelle. Ella lloraba. Yo no. Yo solo la abrazaba. "Piensa que es mejor", dije, no sé si para convencerla a ella o a mí. Mi mamá también lloraba. Ya no hablaba. Aunque no oí ninguna palabra, sabia que ya había colgado. Ahora solo escuchaba el sonido de la ducha. Eran las 5 de la mañana del 15 de agosto. Viernes. Hacía frío. Y habías muerto. 

Al menos eso es lo que pensé. Pensamos. No supimos que seguías vivo hasta 30 minutos después, que mi mamá nos habló desde tu casa, a tu lado. "Está en las últimas", nos dijo. Debimos ir. Michelle y yo. Pero no lo hicimos. Quisimos, claro que sí, pero mi mamá tenía razón: teníamos que trabajar. No era la primera vez que te ponías tan mal. Tal vez no seria la última. Lo fue.



Estaba desgrabando una entrevista a Raúl Ruidiaz. Un día antes había estado en el Monumental. Hablé con él, con Rainer Torres y hasta con Héctor Chumpitaz. Un grande. Ese día recogí la telita de Universitario con la que te fuiste a descansar hasta ahora. Te conté todo esa misma noche. Poco antes de que me despidiera, poco antes de que tus ojitos se abrieran y me miraran tan fijamente (como no lo hacían ya varias semanas atrás), poco antes de que te viera por ultima vez. 

La voz de la 'Pulga' sonaba en los audífonos, cuando llegó ese maldito mensaje. El teléfono no sonó, pero el terror de apoderó de mí. Las lágrimas también. Ahora sí, de verdad, te había perdido para siempre. "Se me fue", dije en voz alta. Mi abuelito, sus chistes, sus geniogramas, sus mentitas y su maracuyá. Tus ojos, tus abrazos, tus piernecitas débiles, tu voz... Todo, todo lo había perdido para siempre. Te había perdido para siempre. 


A veces siento que ha pasado una eternidad desde la última vez que te di un beso en la frente. Otras que hace sólo unos días halagabas mis masajes. No sé cómo medir el tiempo. No sé si es mucho o poco. Pero hoy ya son siete meses sin ti, y te extraño como nunca creí que podría extrañar. No quiero olvidarte. Aunque igual estás. En cada canción criolla, estás. En cada crucigrama que no puedo terminar, estás. En cada enciclopedia que compraste para nosotras, estás. En cada partido de la 'U', estás. En cada programa de Combate, estás. En todo lo que hacíamos juntos, estás. Aunque no te pueda ver, estás. Y yo también estoy. Incompleta, pero estoy. Esperando siempre, a cada segundo, el momento en que nos volvamos a ver. Te prometo que, entonces, no te volveré a perder.