domingo, 7 de julio de 2013

Si tu lo estás

Estás alegre. Cuentas chistes mientras mi tío afina la guitarra. Todos ríen. Todos siempre ríen con tus ocurrencias. Te has levantado de ese sillón en el que a toda hora estás recostado con los pies apoyados en una silla llena de stickers. Te has levantado y ahora te veo sentado en la sala, rodeado de gente, palabras y alcohol. Es una celebración, no importa cuál, todas terminan igual, contigo cantando.
"Te conocí vendiendo ají en la Parada", dices con voz melodiosa al ritmo de acordes que invaden el ambiente. Las carcajadas no se hacen esperar. Ese vals de Augusto Polo Campos es infaltable en donde estés tú, es la cereza del pastel, el momento que todos siempre esperan.

Tú también sonríes. Es una sonrisa inocente, cómplice, sincera. Es una sonrisa llena de sonrisas. Yo tengo sueño y quiero dormir, pero, a pesar de los borrachos (insistentes en servirse un nuevo vaso) que acaban con mi paciencia, prefiero escucharte. "Mas como en los pobres no cabe la dicha, tú me engañaste con el que vende salchichas", continúas y, mi tío, que está a tu lado tocando la guitarra, se une al alboroto que causan las risas de los presentes. Entro a tu cuarto y saco una bolsa de mentitas (o 'pica pica', como las llamábamos cuando era pequeña). Sé que las tienes en ese cajón para mí. Sé que ayer las compraste al por mayor mientras caminabas hacia el parque para rezarle a la virgencita que siempre te espera ahí. Sé que luego de dejar tus dos periódicos sobre la mesa, como manda tu rutina, has guardado las mentas para que yo las coja cuando quiera. Siempre oportuno. Siempre atento. Como cuando tenía una tarea en el colegio y te llamaba para que tú, mi enciclopedia andante, me explicaras todo lo que ni mi profesor ni internet podían. Yo colgaba el teléfono y empezaba a resolver el trabajo que tenía que presentar, pero siempre sabía que no tardarías en llamar nuevamente con un dato más. Sabía, también, que dos días después me preguntarías qué tal me había ido. No olvido tampoco esos cientos de láminas y álbumes que coleccionabas para que luego nosotras, tus dos nietas, pudiéramos utilizarlas en el colegio.

Hoy todo eso no es más que un recuerdo. Ya no escucho tu voz cantando "Romance en la Parada", ya no hay mentitas esperándome, ni periódicos sobre la mesa que tú mismo hayas comprado. Ya no coleccionas laminas ni álbumes para regalarnos. Ya no hay explicaciones sobre el gobierno de Odría o el terrorismo en el Perú. Ya no hay vasos de cerveza ni sillas en la sala que esperen tu presencia.

Hoy te vi y, aunque tus chistes siempre te acompañan, tu risa ya no es la misma. Ni tu risa, ni tu mirada, ni tu sonrisa. Estás echado en una cama comiendo un pan que no consigues pasar sin atorarte. Tu rostro se pone rojo y te falta el aire. Tus manitos frías tiemblan y tus delgadas piernas ya no funcionan como antes. Sigues siendo mi ejemplo, mi héroe, pero la vida te ha pasado factura y, mientras los días avanzan, tu memoria disminuye. Confundes nombres y lugares, y no consigues hablar con facilidad. Tu boca y tu cerebro ya no se comunican entre sí y al querer decir algo, dices otra cosa, luego sonríes y dices "caray, es un problema esto."
Ya no estás alegre. Sufres. Sufres muchísimo y la fortaleza que siempre te caracterizó se fue con los años a algún lugar muy lejano. Tus ganas de seguir te abandonaron. Te has rendido y te entiendo, pero no consigo aceptarlo. Lloras por dentro, me miras, sonríes con pena y tu sonrisa no llega hasta tus ojos.

Estás cansado y solo quieres dormir, con la esperanza de que el dolor cese, con el anhelo de irte, de dejarlo todo, de no despertar. Vives, de vez en cuando, en el pasado, y piensas en el entrenamiento de fútbol al que debes ir, en el carro -que vendiste hace años- que debes estacionar, en algún viaje de tu juventud que vas a realizar. A veces estás y a veces no. Te quedas dormido al hablar, tus ojos están cansados y se cierran porque ya no quieren ver. El amor que siento por ti me obliga a retenerte, a despertarte, a querer que estés siempre presente; es tan infinito que hasta se mezcla con el egoísmo de querer tenerte, aunque tú te quieras ir.

Alguna vez tú me ayúdate a caminar, a dar mis primeros pasos; hoy me toca a mí ser tu bastón, tu soporte, y ayudarte a dar los últimos. Te extraño, abuelito, te extraño aun teniéndote, te extraño porque sé que quieres irte, porque sé que te irás, y duele, duele eternamente. Duele tanto que no me permito darte la razón, que no te permito decirme que no. Extraño tus palabras, tus abrazos, tu risa, tus canciones. Extraño tu sonrisa sincera, sin dolor, tu salud, tus pasos, tus ganas de quedarte, de estar siempre bien.

No sé lo que nos depare el destino, pero debes saber que, a pesar de que jamás podré estar preparada para no verte más, lo único que quiero es que dejes de sufrir, y si para ello debo guardar mi egoísmo y empezar a dejarte ir, te prometo que lo haré. Y esa tarea, que no es del colegio, sino de la vida, debo hacerla yo sola. Los conocimientos ya me los diste y sé que cuando me llames para saber cómo me fue, yo te diré: "bien, si tú estás bien y ya no hay dolor, yo estoy bien. Donde quiera que estés, si tú estás bien, todo está bien".